El patio dormido - María José Galván

Ópera prima de la autora, al menos como novela, El patio dormido exhibe por lo pronto, un título extremadamente atractivo, remarcado con una portada que asimismo transmite un fuerte impacto. El título connota muchas cosas, entre ellas el sueño, un lapso de tiempo donde la vida queda en suspenso, o al menos no ocurre nada, sin embargo, hay algo latente que puede despertar en cualquier momento. Por el contrario, la imagen de la portada, de un realismo fotográfico, nos dice mucho de lo que vamos a encontrar en la lectura: una pensativa mujer de edad indefinida, está asomada a una ventana que da a un amplio patio de comunidad. La tensa expresión del rostro denota grave preocupación, y la de las manos, apretadas una contra otra, angustia y soledad. Y abajo, está el Patio. Con esta imagen ya nos han contado la esencia de la novela. LEER MÁS

La novela es polifónica, es más: diría que está estructurada como una obra teatral. Hay un decorado general, el patio comunal de cuatro fincas colindantes, y según la escena, cambia a diversos interiores, todos o en su mayoría situados en las diversas viviendas o locales comerciales que rodean el patio. Y hay una alargada proliferación de personajes que desfilan en mayor o menor manera por las páginas del libro, entrando y saliendo de cada escenario según le toque, y que interrelacionan sus entradas y mutis, no solo entre sus propias familias, sino entre vecinos, ante un problema común.

El planteamiento de la narración es doble: un primer acto, breve, dramático, sangrante, como es la muerte de un joven en el patio común –pero de libre acceso desde el exterior―desencadena todo lo que viene a continuación. Los habitantes de los edificios colindantes acaban siendo sumergidos en una complicada red que les saca de sus asuntos cotidianos, les fuerza a relacionarse con sus vecinos y a tomar una decisión en conjunto, puesto que son acusados como indirectamente responsables de esa muerte inicial. Difícil panorama, que extrae los trapos sucios de cada casa, exponiéndolos a la luz de la mirada ajena, creando una explosiva situación.

La novela despliega, pues, ante el lector, una representación de la vida española, tomando como botón de muestra el vecindario de cuatro fincas que rodean un patio madrileño en una zona standard de clase media. Construye la autora con todo lujo de detalles una representación que juega con muchas, muchísimas voces, por medio de interminables diálogos, en los que podemos, si leemos entre líneas, reconocer un país― el nuestro― y los enfrentamientos según las posiciones de cada uno, que son algo de un dramático realismo y de completa actualidad. No sólo la autora radiografía a una clase social, mayoritaria en España, sino también refleja como un espejo a cada personaje mostrando actitudes, decorados, costumbres, vicios y virtudes, muy «nuestras». Es tan real que asusta, porque pone el dedo en la llaga. Cierto que la autora no hubiera necesitado explicitar tanto detalle para que nos hiciésemos una idea del conjunto, pero lo hace, hasta el punto que la narración recuerda esas novelas decimonónicas que, eso sí, con otras expresiones, nos contaban hasta los más ínfimos datos para describirnos a un personaje y una situación. Y además, lo que nos detalla es no sólo verosímil, es pura realidad. Es una fotografía nítida. Por medio de esos continuos diálogos y confrontaciones entre personajes llega a transmitirnos aburrimiento, ingenuidad, soledad, impotencia, desesperación. Sensaciones que viven los personajes y que vivimos los lectores, pues no tenemos ninguna dificultad en reconocer que la novela es un espejo de lo que estamos habituados a soportar y escuchar hasta la saciedad. Y a la vez, leyendo entre líneas, funciona como una parábola social, una escenificación en pequeña medida, en cartonpiedra, que refleja lo que, a gran escala, se ha convertido una sociedad profundamente dañada como la nuestra. O al menos, esa es la voz que percibimos: hemos caído muy bajo ―parece decirnos la autora―, mirad en lo que nos hemos convertido. Aunque quizás siempre hayamos sido así.

Entre los cambios de escena, subiendo y bajando el telón como si de un teatro se tratase, la voz del narrador omnisciente introduce unas breves pinceladas con un matiz de poesía, o de claroscuro, como recordándonos que, tras la cruda prosa de la realidad siempre hay algo: queda espacio para los sueños, la fantasía, los recuerdos. Las escenas entre los padres del chico muerto, sobre todo las finales, son entrañables. No todos los personajes tienen la misma importancia: conforme avanza la novela vemos que algunos ―Amalia, principalmente― destacan sobre otros, intuimos pasados oscuros, vida interior, preocupaciones, problemas personales, que han de dejarse de lado cuando hay que llevar a cabo una acción común.

Sin embargo, esa acción común parece que no llega nunca. En la novela apenas pasa nada, y sin embargo muestra todo un universo: múltiples conversaciones, confrontados puntos de vista; a veces, tanto personaje crea cierta confusión: los parientes y amigos, el vecino alquilado y el propietario que no vive allí, los hijos o los sobrinitos que vienen de visita, las muchachas, los abogados de una y otra comunidad, la peluquera y la farmacéutica, todos entrando y saliendo de escena. De vez en cuando aparecen toques de humor, breves pinceladas que nos hacen sonreír, un humor ingenuo e incluso con un punto de amargura. Reír por no llorar.

Cuatro «colmenas» rodean el Patio, que es en realidad el protagonista profundo, el reñidero, el ruedo alrededor del cual se dirime el hecho social, la vida en común –o su ausencia― y le han de despertar de su sueño. Y el sueño del Patio produce monstruos. La latente vida somnolienta del Patio produce caos, suciedad, oscuridades y presencias peligrosas, violencia e irracionalidad. Monstruos que no son solo externos, sino que surgen de las profundidades del alma humana cuando es enfrentada a una decisión radical.

Bien escrita, en un lenguaje actualísimo, con toques castizos, prolija en diálogos y largas y exhaustivas explicaciones―que nos hacen sentir el malestar que sienten los actores de este teatro de la vida―, el nudo de la obra se va desarrollando en sketches, como entremeses que nos preparan para el plato fuerte, el drama que se precipita en el desenlace, consecuencia de la inevitable herencia de una culpa originaria de la humanidad. El tempo, que en algunos momentos parece alargarse en exceso, va aumentando el ritmo conforme nos acercamos al fin.

Maria José Galván (Madrid, 1962) es licenciada en Historia del Arte, y autora de Cuento de Otoño, relato que ganó el primer premio del III Concurso de Relato Histórico de Hislibris. La editorial Evohé mantiene la predilección por descubrir talentos ignorados, lo cual es una tarea encomiable, que el lector debe agradecer.

Ariodante

FICHA DEL LIBRO


Título: El patio dormido | Autor: María José Galván | Editorial: Evohé | Páginas 368 | Precio 16€ | Reseñado por Ariodante

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