El pintor y la viajera - Patricia Almarcegui

El Pintor y su Lady

El título de esta novela –El pintor y la viajera– mueve al lector a una pregunta súbita. ¿Quién es el pintor? ¿Quién la viajera? El pintor es Jean Auguste Dominique Ingres, y la viajera es Lady Mary Wortley Montagu. Es decir, el famoso Ingres y la famosa Lady Montagu. Resuelta la duda, se agradece a la autora que se haya saltado el protocolo de género. Quiero decir que haya querido anteponer el nombre del caballero (el pintor Ingres) al nombre de la dama (Lady Montagu), cuando la cortesía al uso –hoy mal vista– hubiera sido lo contrario. LEER MÁS

Patricia Almarcegui es profesora de Literatura Comparada. Esta rama filológica es una excelsa rareza. Pero no despierta en la multitud el mismo y masivo fervor de última hora por los famosos neutrinos viajeros. La verdad es que, en parte, de neutrinos viajeros va esta novela. Por un lado se regresa al pasado, a una supuesta relación de ficción entre el artista y la viajera. Además, aparte de al pasado, en concreto se viaja a París y, como trasfondo, a Turquía, ideal del Oriente que se tenía sobre todo en el Occidente del siglo XVIII al XIX.

He dicho antes relación de ficción y no relación ficticia. Y así es (o creo que así es). La literatura permite estos apareamientos de lo más licenciosos. Se me ocurre sobre la marcha la relación que Vargas Llosa noveló en ‘El Paraíso en la otra esquina’ (2003) entre Flora Tristán (precursora del feminismo y el socialismo neonato), y Paul Gauguin. Cierto es que Gauguin fue nieto de Flora Tristán. Pero sus vidas opuestas transcurren en avatares opuestos y en años distintos. Por si fuera poco, sus desvelos no pueden ser más contrapuestos. Pero el Nobel, pese al habitual desacierto de los títulos de sus obras, hace que las vidas del nieto artista y la abuela se vayan trenzando con señorial narración.

Patricia Almarcegui ha hecho algo parecido en esto de emparejar. Ingres (1780-1867) no coincidió en vida con Lady Montagu, nacida en 1689. Pero un cuadro de Ingres, ‘La pequeña bañista’, desata la legítima imaginación de la autora. De modo que entrelaza una interesante narración que, como la de Vargas Llosa, es narración y es también ensayo. En dicho cuadro, aparece de fondo un curioso grabado de viajes, pero realizado dos siglos antes de la época en que Ingres lo pinta. De ahí el apareamiento, como se decía, con los años en vida de Lady Montagu. A partir de ahí, discurre la presente y entretenida novela, la cual aborda temas que bien maneja la autora en sus colaboraciones para el ABC Cultural: pintura, viajes, el orientalismo.

Por sus páginas circulan todo un salón de celebridades de la época (Nerval, Baudelaire, Delacroix, Gautier). Hay textos álgidos, diálogos fecundos entre Delacroix e Ingres sobre el valor de la pintura en la Francia que, como siempre, se creía el ombligo artístico de Europa. O el otro diálogo entre Ingres y Lady Montagu, acerca de la dependencia del amor reflejado en el cuadro de Rafael (‘Rafael y la Fornarina’). La autora toca un asunto que domina y que propiciaba, ya a mediados del XIX, filias y fobias, pero siempre interés, entre los pintores más afamados. Era el influjo de la fotografía sobre la pintura, su aporte o no a la plasmación plástica en el lienzo mediante la copia o el final arbitrario, deliberadamente imperfecto, del cuadro frente a la perfección escrupulosa de la copia (“algún día la fotografía, más tarde o más temprano, acabará siendo un arte”, augura Ingres).

El artista fraguó su obra en el clasicismo de frías armonías. La técnica se imponía al dibujo en detrimento de la golosidad del color (lo contrario a lo que la crítica achacaba a Delacroix). Su obra atravesó varios registros, desde la pintura histórica a los retratos de la alta alcurnia. Pero buena parte de sus famosas telas las dedicó a grandes desnudos femeninos. Sus composiciones las sazonó bajo el incienso de azufre del Oriente, de Constantinopla, de los afamados harenes y baños turcos (los ‘hammans’). Ingres no había viajado al lugar que Lamartine, en 1833, definió como el punto “donde Dios y el hombre, la naturaleza y el arte, han puesto o creado de común acuerdo el punto de vista más maravilloso que la mirada humana pueda contemplar sobre la tierra”.

Ingres pintó odaliscas carnosas y desnudos en los baños otomanos. Observó ilustraciones y fotografías. Pero la autora, al trasponer la vida de la viajera con la del pintor, se permite la legítima licencia de hacer ver al lector que fue aquéllla la que influyó decisivamente en la composición de las fantasías orientalistas de Ingres (de ahí su famoso ‘El baño turco’, de 1862). Gracias al oficio consular de su marido en Estambul, Lady Montagu fue la primera mujer que accedió a los harenes de Topkapi. Todo un serial de eunucos, favoritas y sultanes o príncipes infortunados que, a veces, morían estrangulados con la técnica habitual de la cuerda de un arco (se hacía así para no derramar la sagrada sangre de la Casa de Osman). Lady Montagu accedió a los baños turcos, los ‘hammans’. Fue, pues, la primera en contar a Occidente a través de sus famosas cartas qué había de fantaseo y qué de realidad en aquellos conciliábulos del ocio oriental, pero sólo apto para féminas.

Como años más tarde Pierre Loti (el francés ‘efendi’), Lady Montagu grabó en su alma el opio del Oriente y, en concreto, de Turquía. Juan Goytisolo, en su ‘Estambul otomano’, ya menciona la aportación original de Lady Montagu. Discutibles son las conclusiones a las que llegó la dama, colándose de matute por harenes y baños perfumados de vapor e incienso (las descripciones están muy logradas en la novela). Alabó la libertad de las mujeres turcas, su derecho a pensión y otras costumbres que, a ojos de Occidente (hipocresía al margen) eran vistos como gestos degradantes hacia la mujer. Su visión se la explica a Ingres con fraguados diálogos.

Para Lady Montagu, recordar Estambul le ocasionaba fatiga. Igual que al trotamundos Edmundo De Amicis el día de su partida, pues lo hizo con la cabeza bullente de sensaciones, a punto de síncope. Era común en el viajero. La descripción de una fascinación traía consigo esta enfermedad dulce, pero pesarosa. Y esto ocurría cuando la ciudad ya habitaba dentro de una o de uno para siempre. Caso de Lady Montagu o de don Edmundo.

Javier González-Cotta

FICHA DEL LIBRO

Título: El pintor y la viajera | Autor: Patricia Almarcegui | Editorial: Ediciones B |Páginas 208 | Precio 14€ |

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